La Cuperosis es una manifestación dermatológica de la piel del rostro que se caracteriza por un enrojecimiento casi permanente (eritema), que se acompaña de la presencia de pequeños capilares a modo de “tela de araña” que se denominan telangiectasias. Su manifestación es principalmente a nivel de mejillas, región nasal y mentón, aunque pueden aparecer en cualquier otra zona de la cara, cuello y escote.
Existen multitud de factores desencadenantes de esta patología, tanto internos como externos, responsables de que los vasos sanguíneos del rostro y del escote estén sometidos a procesos constantes de dilatación y contracción de manera que su pared se va haciendo cada vez más frágil, y al ser unos capilares más finitos que los de otras zonas del cuerpo no son capaces de recuperarse quedando dilatados permanentemente.
Esta alteración de la circulación periférica es más frecuente en mujeres que en hombres, y aunque existe una predisposición genética a padecerla, típica de pieles finas, sensibles y pálidas, los factores externos son definitivos para su aparición. Los síntomas se agravan y empeoran cuando sometemos la piel a cambios bruscos de temperatura, exposición solar sin protección, comidas muy calientes o especiadas, consumo frecuente de alcohol, el tabaco, uso de cosméticos agresivos e irritantes, falta de hidratación, etc.
Aunque no se trata de una enfermedad, es un problema estético que afecta a la calidad de vida del paciente, y que si no se trata a tiempo puede ir empeorando derivando en rosácea hacía los 35 o 40 años de edad, y en una rojez y ardor permanente del rostro.