Debido a la imparable popularidad de los tatuajes y las micropigmentaciones en los últimos diez años, la demanda detratamientos para su eliminación también ha crecido exponencialmente.
Tanto la micropigmentación (dermografía médica, maquillaje permanente, etc.) como los tatuajes han sido, hasta hace unos años, manifestaciones puramente estéticas principalmente presentes en colectivos muy reducidos, a veces incluso marginales y sobre todo utilizadas por las poblaciones más jóvenes. Pero la realidad es que los tiempos han cambiado, y en los últimos años la demanda de ambas técnicas ha aumentado considerablemente, provocando que los segmentos sociales que las demandan sean otros y por motivos muy diversos.
Además, ambas técnicas se han convertido en herramientas complementarias y muy válidas para las Clínicas de Medicina Estética, ya que juegan un papel importante en situaciones de demanda de “mejora estética” (pigmentación de cejas alopécicas, blefaropigmentación, relleno de labios, alopecias capilares); pero también pueden resultar de gran utilidad en determinadas situaciones patológicas (pigmentación de areolas mamarias tras una mastectomía, para tratar y disimular cicatrices, vitíligo, etc).
Ambas técnicas consisten en la implantación mediante un procedimiento mecánico de pigmentos de diferentes colores en la piel alterando así su color natural, y mientras que en el caso de los tatuajes se realiza principalmente con fines artísticos y decorativos, en el caso de la micropigmentación se realiza a nivel de piel y mucosas, y con fines estéticos.
Una de las diferencias más importantes entre ambos procedimientos es la capa de la piel en la que se depositan los pigmentos. Mediante la técnica de micropigmentación se colocan de una forma muy precisa y realista a nivel subepidérmico en la capa basal germinativa (límite entre ambas capas epidermis y dermis), por lo que la descamación continua y natural de la capa más superficial de la epidermis (estrato córneo) hace que el resultado no sea duradero de por vida. En general los pigmentos depositados se van difuminando, y entre 2-3 años pueden desparecer, por lo que es necesario realizar una nueva sesión.
Por el contrario, en el caso de los tatuajes el pigmento se deposita de una forma menos precisa en un estrato más profundo de la piel, a nivel intradérmico, lo que determina su carácter indeleble y la necesidad de utilizar diferentes tipos de técnicas si los queremos eliminar. El pigmento inyectado queda atrapado en la dermis y posteriormente ocurre una reacción a cuerpo extraño en el organismo, que termina de fijar el pigmento de una manera más o menos permanente. Los tatuajes serán más o menos definitivos en función de la calidad de la tinta empleada, y de la experiencia y formación de quién inyecte el pigmento.
Otra diferencia es el tipo de pigmento empleado, que a su vez determinará también la facilidad o no a la hora de eliminarlos. En el caso de los tatuajes y de manera tradicional, los pigmentos suelen ser de origen orgánico formados por moléculas de carbono o de mineral de elevado tamaño. En el caso de las micropigmentaciones se utilizan sobre todo pigmentos inorgánicos como el óxido de hierro, cromo y titanio, aunque actualmente también se utilizan los orgánicos.