El paso de los años hace que se produzcan unos cambios importantes en el volumen del rostro, los cuales van a ser responsables de la pérdida de continuidad entre las distintas zonas de la cara y del descolgamiento final que se va a apreciar a nivel del tercio medio e inferior.
Cuando un rostro es joven presenta una fisonomía redondeada y tridimensional, con mayor cantidad de volumen distribuido de manera uniforme, con una transición suave entre las distintas áreas faciales y con mayor proyección en el tercio superior y medio. Si tenemos en cuenta que a partir de los 25 años nuestro cuerpo va perdiendo colágeno de manera paulatina, es fácil entender que a partir de los 30 ya son evidentes ciertos cambios en el rostro, como un alargamiento del mismo con pérdida de volumen a nivel de mejillas y pómulos, de manera que a los 40 la cara ya es mucho más plana y estrecha en el tercio medio, siendo el tercio inferior más ancho. Es decir, se ha invertido el “triángulo de la belleza” por una pérdida de volumen a nivel del tercio medio, de manera que el rostro cae hacia abajo y hacia adelante, dando un aspecto cansado, triste y envejecido.
Esta pérdida de volumen facial es debida a cambios en la epidermis donde se produce una deshidratación por la falta de ácido hialurónico, en la dermis que pierde firmeza y elasticidad por la falta de colágeno y de elastina, y en la hipodermis o tejido subcutáneo donde se produce una pérdida y un desplazamiento de las células grasas. Estos cambios estructurales de las distintas capas de la piel van acompañados de la correspondiente atrofia muscular y de una reabsorción ósea, que hace que el rostro sufra una esqueletización importante desde el tercio superior (frente y fosas temporales), un aplanamiento de las mejillas, la profundización de los surcos nasogenianos y la pérdida de la definición del óvalo facial.
El conjunto de todos estos cambios es lo que provoca que cambie el aspecto general del rostro a medida que envejecemos, que sumados al efecto de la gravedad que crea un vector negativo (una fuerza hacia abajo), hace que la piel pierda su elasticidad y que el rostro se alargue.
Además del paso de los años, la sobreexposición solar sin protección, hábitos de vida poco saludables como el tabaco, alimentación desequilibrada, cambios bruscos de peso, la morfología facial y la propia genética del paciente, van a hacer que estas modificaciones en el rostro sean más o menos evidentes.