La retención de líquidos, también conocida como edema, es un aumento en el volumen del líquido intersticial; es decir, una acumulación excesiva de agua u otros líquidos en los tejidos corporales.
Si tenemos en cuenta que el agua es el principal componente de nuestro organismo, alrededor de un 70% al nacer y cerca de un 60% en la edad adulta, es fácil entender que la retención de líquidos sea una de las patologías más extendidas entre la población, afectando principalmente a las mujeres en edad adulta y siendo más evidente durante los cambios hormonales, aunque a veces se manifiesta desde la adolescencia.
Esta afección puede ser patológica o no patológica, siendo importante conocer la diferencia entre ambas para poder administrar el tratamiento adecuado y evitar así que aparezcan otras patologías secundarias asociadas.
En general se considera una patología o afección cuando está causada por problemas circulatorios, insuficiencia cardíaca congestiva y enfermedades renales o hepáticas, mientras que, si no es patológica, la causa puede ser una simple dilatación de las venas en épocas donde las temperaturas son más altas.
Tanto si es de un tipo u otro los síntomas son similares, y se caracterizan por un aumento de peso inexplicable, hinchazón en las piernas y tobillos, incremento del perímetro abdominal, disminución de la micción y la presencia de fóvea (si presionamos la piel firmemente con el dedo, notamos un hundimiento que permanece durante algunos minutos o segundos después de que hayamos quitado el dedo).
El edema es uno de los motivos más frecuentes de consulta médica y de preocupación, ya que además de afectar estéticamente al paciente por el aumento de volumen a nivel abdominal y del tamaño de los tobillos y muñecas, le supone incomodidad y ciertas molestias para llevar una vida activa; y además, en muchos casos es el responsable último a la hora de controlar el peso.
Existen múltiples causas responsables de su aparición y sobre todo de su gravedad y empeoramiento en el tiempo. Además de la posibilidad de que sea una afección patológica, en cuyo caso requerirá de un tratamiento farmacológico adecuado, en muchas ocasiones podemos llevar a cabo pequeños cambios que supondrán cierta mejoría. Así por ejemplo el estilo de vida, el sedentarismo, los hábitos dietéticos con excesivo consumo de sodio y alimentos procesados, el consumo de alcohol y de tabaco, la presencia de determinadas enfermedades, etc., tienen mucho que ver en su desarrollo.